Una forma de entender la sensibilidad sensorial es entrar en un coche cerrado, encender la radio con el volumen demasiado alto para tu gusto y tratar de quedarte allí durante media hora. También podrías ponerte ropa dos tallas más pequeñas de la tuya y salir a la calle con ella. O quizás sentarte al aire libre en un día de sol abrasador con ropa de esquí, y no olvides meter una esponja rugosa para fregar dentro de tus pantalones. Así podrías comprender lo que es sentir presión, asfixia, ruido y lo insoportable.
Al principio, la incomodidad te permite funcionar casi con normalidad, pero a medida que pasa el tiempo te sentirás nervioso, frustrado y agotado. La sensibilidad sensorial puede convertir una luz normal en algo cegador y doloroso para los ojos, un ruido habitual en mareos, y ciertos tejidos en papel de lija. En resumen, las personas con sensibilidad sensorial sienten cómo experiencias normales y agradables se transforman en una pesadilla.
Los estudios indican que entre un 10% y un 20% de los niños sufren de sensibilidad sensorial. Cuanto más pequeño es el niño, o cuanto más pronunciado es su trastorno de comunicación, mayor será su malestar. Mostrará signos de irritabilidad, rechazo, retraimiento o llanto, mientras su cuerpo lucha contra la abrumadora sobrecarga sensorial.
En algunos casos, es fácil identificar los factores que desencadenan la sensibilidad, por ejemplo, cuando el niño dice que odia el ruido o se tapa los oídos y se balancea hacia adelante y hacia atrás. Sin embargo, en algunos casos, el niño desarrolla aversión a todo lo relacionado con la incomodidad, y entonces los padres deben descifrar por sí mismos el origen del problema. Es importante prestar atención a los elementos de cada entorno en el que el niño manifiesta signos de malestar. Sobre todo, es fundamental mantener la curiosidad y examinar qué podría estar causando el problema. Si un padre no descubre la causa, podría pasar por alto el sufrimiento de su hijo. Sin querer, una respuesta de enojo o frustración ante la sobrecarga del niño solo agregará más dificultad.
Una persona con sensibilidad sensorial experimenta un malestar y sufrimiento equivalentes a lo que otros sentirían al exponerse a estímulos mucho más intensos. Cuando una persona está en un estado de sobrecarga sensorial, no puede pensar o comportarse de manera lógica. Primero, necesita un entorno que lo entienda y lo apoye. Segundo, debe reconocer la naturaleza y el tipo de su sensibilidad. Por último, se recomienda buscar asesoramiento en los casos en los que haya un impacto continuo en la calidad de vida.